El levantamiento militar de julio de 1936 fue la culminación del acoso de los poderosos de siempre contra la república española. El Ejército, la Iglesia y los terratenientes sometieron a la democracia de 1931 a un ataque creciente a medida que el nuevo régimen legislaba para erradicar sus privilegios. La tensión de un lado fue incrementada por la falta de apoyos del otro, ya que los campesinos y obreros extremaron sus reclamaciones forzando en muchas ocasiones los débiles anclajes del joven sistema político. Esta doble acometida alcanzó rasgos particularmente virulentos en 1936. No obstante, aunque se ha pretendido atribuir el estallido de la guerra al clima de tensión y violencia de los meses previos, la agitación social de la primavera y el verano de 1936 fue sólo el escenario propicio para que los insurgentes justificaran su acción. Una sublevación que nada tenía que ver con los pronunciamientos decimonónicos, en los que un partido se levantaba en armas contra otro sin, a veces, ningún derramamiento de sangre.
El golpe de estado de julio de 1936 no sólo pretendía cambiar el régimen y la orientación política del gobierno, quería también destruir el ánimo revolucionario de las clases populares españolas. Para ello no bastaba con ganar la guerra, era necesario también llevar a cabo una represión sistemática contra la izquierda, eliminando físicamente al mayor número de republicanos, socialistas, comunistas y anarquistas.
Por tanto, la guerra civil española no fue sólo un acontecimiento bélico. En regiones como Extremadura, supuso además y sobre todo la aplicación sistemática por parte de los franquistas de un plan de exterminio del contrario ideológico. De ahí que cualquier comentario sobre la guerra en Extremadura no deba olvidar la durísima represión desatada a la par. Una represión que pervivió como una estela dramática muchos años después de finalizadas las operaciones militares en la región.
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Vale la pena recordar cuáles fueron las principales operaciones militares para comprobar su escasa notoriedad y la desproporción entre éstas y la represión que provocaron. La sublevación militar del 17 de julio de 1936 tuvo en las capitales extremeñas diferente respuesta durante los primeros días. Mientras Cáceres caía inmediatamente en poder de los alzados, en Badajoz el golpe de estado fracasaba y el gobierno republicano lograba controlar la insurrección. A partir de esos momentos, las dos provincias seguirían hasta mediados de agosto una trayectoria distinta, y sólo a partir de la toma de Badajoz se asemejarían, ambas ya –salvo la llamada «Bolsa de la Serena»– bajo la dictadura franquista.
En Cáceres, a mediodía del 19 de julio el comandante José Linos Lage, al mando de una compañía del Regimiento de Infantería Argel nº27 encabezado por la bandera republicana, proclamaba el estado de guerra. En pocas horas el Ejército, con la ayuda de guardias civiles y falangistas, logra detener a los principales dirigentes locales de la República y controlar la ciudad, inerme debido a la negativa de las autoridades republicanas de armar al pueblo. Aunque hubo algún brote de resistencia, como el frustrado ataque a la cárcel de un grupo de izquierdistas y la huelga general convocada a partir del 20 de julio, Cáceres cayó sin demasiadas dificultades en poder de los insurgentes.
Desde la capital, los militares sublevados, con el apoyo de guardias civiles, falangistas a las órdenes del capitán Luna, para labores de represión, y milicianos de derechas irán haciéndose con el control de las ciudades y pueblos de la provincia: Plasencia, Coria, Trujillo, Logrosán... Los focos de resistencia republicana se situaron cerca de la frontera con Portugal o al abrigo de las montañas del norte. Durante las primeras semanas de la guerra hubo enfrentamientos en Zarza la Mayor, Ceclavín, San Vicente de Alcántara, Silleros, Sierra de Gata, Hervás, Madrigal de la Vera.... Aprovechando la cercanía de las líneas republicanas, también opusieron resistencia a los insurgentes algunos pueblos cercanos a los límites con Badajoz o Toledo. Pero el principal foco de resistencia en toda la provincia fue Navalmoral de la Mata, donde incluso llegó a constituirse una especie de administración republicana paralela.
Durante las primeras semanas, la situación en Badajoz fue muy distinta. El fracaso del golpe en la capital del Guadiana estuvo motivado por tres circunstancias: la decidida actitud contraria a la insurrección del general Luis Castelló, comandante militar de la plaza, el reparto de armas entre los milicianos de izquierdas y la llegada a la capital de numerosos vecinos de los pueblos de la provincia dispuestos a defender la República. Estos hechos disuadieron en un principio a los militares conjurados.
En todos los pueblos de la provincia se constituyen Comités de Ayuda al Frente Popular, integrados por representantes de los principales partidos y organizaciones favorables a la República. En la mayor parte de los casos, estos Comités logran controlar la situación encarcelando a los más significados partidarios de la derecha y evitando desmanes por parte de los más radicalizados de las izquierdas. Durante estos primeros días, el único lugar donde no se cumplen estas buenas intenciones es Fuente de Cantos, donde el 19 de julio son asesinados doce derechistas encerrados en la iglesia parroquial.
La única localidad de la provincia de Badajoz que al principio cayó durante unos días en manos de los sublevados fue Villanueva de la Serena, cuya Guardia civil estaba comandada por el capitán Gómez Cantos. El hostigamiento de los milicianos logró recuperar la ciudad para la República a finales de julio. No acabaron ahí las dificultades para los republicanos en la provincia. El 31 de julio más de dos centenares de guardias civiles de las guarniciones de Badajoz y Mérida, que se dirigían en tren a Madrid para reforzar las defensas de la capital, se sublevan al paso por Medellín y se incorporan al ejército insurgente.
A pesar de estos focos de conflicto, a finales de julio toda la provincia de Badajoz se mantiene fiel a la República. El fracaso de la insurrección interna obliga al mando del ejército golpista, bajo las órdenes en el sur del general Franco, a tomar la provincia con una iniciativa desde el exterior que como último objetivo pretendía llegar a Madrid. El 2 y el 3 de agosto salen de Sevilla dos potentes columnas de militares, sobre todos legionarios y regulares magrebíes, bajo el mando del teniente coronel Asensio y del comandante Castejón. Avanzando por la carretera nacional en dirección a Mérida –y con la ayuda de aviones enviados por Hitler y Mussolini– toman todos los pueblos de la ruta (Monesterio, Fuente de Cantos, Calzadilla) y se desvían en ocasiones para atacar a localidades de valor estratégico situadas en los flancos, como Llerena. Los intentos de las milicias republicanas por detener la marcha de este ejército profesional son infructuosos y se evidencian en Los Santos de Maimona el 5 de agosto, cuando los milicianos fracasan en la primera batalla de la guerra en el sur.
Cada conquista de una localidad por los militares sublevados es inmediatamente seguida por la captura y fusilamiento de los republicanos e izquierdistas que no han huido. Tras ser denunciados por los derechistas locales, decenas de hombres y mujeres caen bajo los pelotones de fusileros. Los primeros asesinatos son cometidos por los propios soldados, que de esta forma muestran a sus partidarios locales el procedimiento que deberán seguir en adelante. La violencia será la esencia del proceder de los sublevados. El terror que inspiraban los moros y legionarios que subían hacia Mérida por la carretera de Sevilla en estos primeros días del caluroso agosto de 1936 formaba parte de la estrategia militar diseñada por los jefes de la sublevación. Esta violencia no era la respuesta, sino el acicate, de otros episodios sangrientos que también se vivirán en algunos de los pueblos ―pocos― durante el dominio republicano. En señaladas ocasiones, los dirigentes de derechas apresados son torturados y asesinados en algaradas populares que desbordan a la autoridad republicana.
El 7 de agosto, al tiempo que una compañía toma Zafra, las columnas reanudan la marcha: Villafranca, Almendralejo, Mérida… Con la conquista de Mérida, el 11 de agosto, Franco logra unir su ejército con el del norte, alcanzando así un importante objetivo estratégico.
Desde el Guadiana, el ejército de África, al que se ha incorporado una nueva columna al mando del teniente coronel Heli Rolando de Tella y que ha pasado a ser dirigido por el también teniente coronel Yagüe, se encamina a Badajoz. En la capital, de la que han huido la mayoría de las autoridades republicanas, la defensa se establece a partir de los soldados leales de la guarnición y de centenares de milicianos que habían llegado desde toda la provincia. El cerco comienza el 13 y acaba el 14 de agosto con la entrada en la ciudad de las tropas de Yagüe. Primero la lucha se establece en las murallas, pero cuando éstas son superadas los enfrentamientos pasan a ser cuerpo a cuerpo. Tras vencer, la represión desatada por los sublevados alcanzará tales dimensiones que desde entonces se conocerán los hechos como “la matanza de Badajoz” con centenares de asesinados y toda la ciudad sometida al saqueo y a la rapiña de los militares.
Una vez tomadas Mérida y Badajoz, una parte de la llamada «columna Madrid» se encamina hacia Navalmoral de la Mata mientras otra parte pretende ir sobre Don Benito. Pero a la altura de Santa Amalia y Medellín los militares de Franco sufren la primera derrota al ser interceptados por la aviación republicana. Esta victoria gubernamental permitió fijar el frente a la altura del Guadiana, límite desde entonces de la «Bolsa de la Serena». Pero la ventaja no fue aprovechada por los republicanos y en vez de atacar y reconquistar el terreno perdido dejaron que los sublevados se recuperaran. Una columna militar republicana muy bien pertrechada, conocida como columna Uribarry o columna fantasma, había llegado a la sierra de Guadalupe procedente de Valencia y logró reconquistar el municipio de Alía, único de la provincia de Cáceres que estuvo en poder de la República hasta mediado el año 1938. Tras esta conquista la columna puso sitio al monasterio de Guadalupe. El 22 de agosto, recuperado Castejón de la derrota de Medellín, llegó a la localidad y logró liberar a los sitiados.
Aunque la marcha de la «columna Madrid» en dirección a la capital de España estuvo jalonada de escaramuzas y contraataques republicanos, las últimas operaciones militares de envergadura de esta columna en Extremadura se llevarán a cabo alrededor de Navalmoral de la Mata, sometida a un importante bombardeo republicano hasta el 23 de agosto. Consolidadas las posiciones de los sublevados, las dos provincias extremeñas quedaron a efectos militares al cargo del general Franco, que trasladó su cuartel general desde Sevilla a Cáceres.
Mientras tanto, en el suroeste de la región, los militares llevaban a cabo operaciones secundarias para conquistar los pueblos que aún seguían bajo el poder de la República entre la ruta de la Plata y la frontera portuguesa. Estas operaciones provocaron uno de los sucesos más espectaculares de toda la contienda. La gente de izquierdas refugiada en los pueblos del suroeste de la provincia de Badajoz tras huir de la capital y de las localidades conquistadas por los sublevados, van a ser obligados a retroceder debido a la iniciativa de los facciosos de conquistar esa parte de la provincia. Encajonados entre la frontera portuguesa, las sierras onubenses y el creciente avance de los insurgentes desde el norte y el este, miles de personas se concentran hasta mediados de septiembre en Burguillos del Cerro, Jerez de los Caballeros, Fregenal de la Sierra y Valencia del Ventoso. El 14 de septiembre se reanudan las operaciones militares en el suroeste con la toma de Burguillos por el capitán Blond. La población refugiada en Fregenal de la Sierra se incrementa notablemente por la confluencia de los que huían de Burguillos y los que se trasladaban desde Jerez. En Bodonal de la Sierra también se concentran el 14 de septiembre centenares de mineros de Huelva y sus familiares que huyen de la zona de Picos de Aroche y Aracena. En el suroeste de la provincia acaban, así, refugiados durante unos días miles de vecinos de los pueblos de la carretera nacional que habían escapado del avance de las tropas, junto a milicianos que habían luchado en Badajoz y mineros onubenses. El mismo día 14 caen en poder de los sublevados Fuentes de León y Segura de León. Valencia del Ventoso se convierte, así, en la única vía de escape de los refugiados republicanos hacia la zona leal al gobierno de Madrid. La intención es alcanzar territorio republicano atravesando primero la carretera de Sevilla a Mérida y después la línea férrea hasta llegar a Azuaga. Varias columnas y grupos, integrados por unas ocho mil personas, salieron a pie de los pueblos citados entre el 14 y el 16 de septiembre, formando lo que se ha venido en llamar “columna de los ocho mil”. La columna atravesó la carretera nacional a la altura de Fuente de Cantos. Después eligieron para su éxodo la llamada senda, una vía pecuaria tradicional que atravesaba las dehesas cercanas a Llerena. Desde Reina y Fuente del Arco la intención era atravesar la vía férrea para llegar a Azuaga por Valverde de Llerena, pero en las inmediaciones de Fuente del Arco fueron acometidos por varios centenares de soldados que los diezmaron, rompiendo en dos la columna y capturando a cerca de dos mil personas, que en muchos casos fueron remitidas a sus pueblos de origen y fusiladas nada más llegar.
A partir de octubre de 1936, y tras la caída de Azuaga y de los pueblos de su entorno, la guerra en Extremadura se redujo a los frentes que rodeaban la «Bolsa de la Serena». El resto de la región estaba en manos del ejército franquista, que llevó a cabo una intensa labor represiva y de depuración política, sólo perturbada por las esporádicas operaciones de guerrilleros republicanos refugiados en las zonas más montañosas.
La «Bolsa de la Serena» era un amplio territorio que abarcaba las comarcas extremeñas de La Serena y La Siberia y en la que se mantendrán fieles a la República hasta mediados de 1938 ciudades como Don Benito, Villanueva de la Serena, Castuera, Cabeza del Buey y Herrera del Duque. La capital de la Extremadura republicana fue, durante esos dos años, Castuera. Allí tenía su base principal de operaciones el Ejército de Extremadura, fórmula con la que el gobierno republicano reorganizó sus fuerzas militares. El frente de Extremadura permaneció sin apenas actividad bélica durante cerca de un año y medio.
A comienzos de 1938 se reanudó el acoso del ejército franquista, y a mediados de ese año los combates se generalizaron. En julio de ese año fueron cayendo una a una las principales poblaciones republicanas de la Bolsa de la Serena hasta quedar reducido el frente extremeño a un pequeño territorio que abarcaba Zarza Capilla, Puebla de Alcocer, Siruela, Talarrubias, Herrera del Duque… Esas fueron las últimas poblaciones extremeñas ocupadas por el ejército franquista a finales de marzo de 1939, con las que acabó la guerra.
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La guerra civil en Extremadura sólo tuvo un interés bélico de julio a octubre de 1936 y durante el verano de 1938. Durante el resto del tiempo que duró la guerra, los frentes se mantuvieron estables y dos extremaduras: una franquista y otra republicana, coexistieron en medio de la tragedia. En la región, los muertos en combate de uno y otro bando durante toda la guerra alcanzaron los 6.678 (918 en Cáceres y 5.760 en Badajoz). Las víctimas de la represión –a falta de muchas localidades por cerrar la investigación– fueron 1.810 en Cáceres (1.680 de la represión franquista y 130 de la republicana) y 10.371 en Badajoz (8.914 de la franquista y 1.437 de la republicana).
El doble de muertos frente al pelotón de fusilamiento que en las trincheras. La contrastación de estas cifras esclarece la exacta condición de una contienda concebida más como exterminio del contrario que como combate.
Por eso decimos, aunque puede parecer paradójico, que la guerra civil en Extremadura no fue un acontecimiento bélico. Más que de batallas o escaramuzas militares, la violencia en Extremadura de 1936 a 1939 fue, sobre todo, la de los fusilamientos. Aunque hubo represión por ambos bandos, la desproporción entre una y otra (como mínimo de 1 a 10), permite afirmar que la guerra en la región supuso principalmente ―como decía― la aplicación sistemática por parte de los sublevados de un plan de exterminio del contrario ideológico. Y ese plan se aplicó más en las tapias de los cementerios que en el campo de batalla.